lunes, 2 de noviembre de 2015

Apegados, cosidos, remendados...infelices.

Puede parecer frío, hostil, inquietante e incluso desesperante. Es la visión errada, la que se nos ha querido dar, la del sometimiento y la culpabilidad. El miedo y el odio. Es verdaderamente fácil manejar la mente cuando el sentimiento de culpa está presente. No haces, no posees, no eres.
Practicar el desapego no es decidir y ya está. Es trabajar con él mediante el esfuerzo y la introspección. Si se hace mal desde el principio de nada sirve continuar, por eso es necesario renacer una y otra vez.
Morimos en cada error que cometemos y volvemos a nacer, con la intención cada vez más firme de hacerlo mejor. Pero en una sociedad como la de hoy, trabajar con uno mismo es signo de egoísmo y abandono de lo demás.
Nos han enseñado que hay que dedicarse a los otros, desconociendo por completo quienes somos y a que hemos venido aquí. Nos involucramos demasiado en los problemas ajenos, en las personas deprimidas, en las desgracias de aquellos que no saben solucionarlo por ellos mismos. Provocamos así que no se conozcan, ponemos un parche y no eliminamos el peso que cargan, sino que nos lo llevamos con nosotros.
Hacemos que nuestra alma padezca hambre, que se sienta desnutrida de atención propia, que deseemos aquello que no necesitamos.
Pensamos que es esa obsesión compulsiva por algo o alguien lo que nos hará felices pero, ¿que hay de uno mismo?
Es momento de empezar a trabajar las creencias,aceptar cada equivocación como una enseñanza positiva de la vida y abrir el maravilloso rincón del quererse y el acompañar.
La palabra Acompañar es hermosa. Es una de las palabras más bonitas de la existencia. Implica que se puede estar solo y a la vez tener a alguien contigo. Alguien que no te juzga pero te cuida, que no dirige pero va a tu lado, que si le dices vete lo respeta y sencillamente se va. Pero cuando le dices vuelve, está.

El acompañamiento es estar con alguien por lo que es, sin ningún fin, ningún interés, sin miedo a la soledad. Cuando existe algo de esto en una relación con otra persona no es amistad, no es amor, no es sano. Es utilizar el alma de otra persona, es matarla poco a poco.
Cuando nuestros padres envejecen, por ejemplo, no pensamos en cuidarlos por obligación, al igual que no lo hacemos cuando un hijo nace. Lo que se siente como obligación, no es amor. Lo hacemos porque les damos la libertad para Ser y en el caso de los mayores, para partir. Una mano, el simple hecho de dar la mano para decir "Estoy aquí ", es un acto de amor. Prohibir a un hijo ver algo, hacer algo, expresar algo no es amor, es egoísmo, el reflejo de nuestros propios traumas.
El desapego nos viene dado desde siempre. Es nuestro y nadie puede arrebatarlo pero el apego, eso sí que es adquirido. Nos lo dicen en las escuelas, nos lo dicen en los templos, en la publicidad. Tengo que llegar a un buen puesto social y ser como los demás, tengo que ir al cielo, tengo que conducir un coche que corra mucho para llegar rápido a todas partes.No sé quién soy y te necesito para vivir.
Dediquemos la existencia a nuestras responsabilidades, permitamos que las almas vuelen libres en el jardín que nos ha sido prestado y a la hora de irnos, hagámoslo con la mayor de las calmas y silencios. No es necesario hacer ruido para venir ni tampoco para marcharse. Pero es hermoso pensar que la misma alegría que traemos al nacer, podemos dejarla al morir.

Será más ligero el viaje y menos pesada el alma.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por comentar 😃